No sé yo si estás bragas están lo suficientemente sucias para ponerlas hoy, Carla. Puedes hacerlo peor, yo sé que sí… Deberías dejar de gastar tanta agua a lo tonto. O gastarla para limpiar la cocina, que me han chivado por ahí que la tienes hecha un cristo. Encima hoy te has despertado un poco despistada y me has puesto a 20 grados sin secado. ¿No ves como pito, y te hago luces, y te cuesta cerrar la compuerta? ¿No notas como que hay algo que te quiero decir? Yo entiendo que sea un coñazo. Lo sé. Venís agobiados, después de un día entero de soportar mamarrachadas y lo último que queréis hacer es darme cariño. Pero, ¿sabes qué, Carla? Necesito un trapito de vez en cuando. Con vuestra obsesión porque el agua caliente os arruga las camisetas hacéis que me pudra de frío. La humedad me consume y me desvela. Me dejáis olvidada durante horas, sollozando por un minuto de vuestra atención. Pi, pi, pi. Cada sesenta o treinta minutos. A ver si vienes, y me abres, y me sacas este hielo que se me hace en el pecho. Estoy mareada, Carla. Y solo necesito descansar un poquito. Dejar de soportar peso que no es necesario (8 kilos, Carla… 8 putos kilos…). Y la gente empuja que empuja y yo pipipi, pipipi. En un cuartucho sin ventanas, en el mejor de los casos. Pipipi, pipipi. Pi pi pi, pi pi piiiii. Y ojo no vomites, que a la primera de cambio te deportan. He oído cosas, Carla… He visto cosas, Carla… Así que, por el bien de las dos, vuelve, por favor…