Café es una serie de narraciones basadas en extractos de conversaciones reales. Disfrutadlas en vuestra terraza de confianza.
Café helado
Hace un sol que te torras. Y nadie nos advirtió que Paseo de Gracia era tan inmenso. Es nuestro último día en Barcelona, así que hemos decidido cerrar el viaje por todo lo alto: yendo de compras.
Porque eso es lo que hace la gente normal, ¿no? Pasear por el centro, entrar a las joyerías, llevarse algún regalito innecesario. Pero, ¿de dónde? Yo solo veo tiendas exclusivas en las que no podemos ni entrar. En muchas de ellas hay hasta cola. ¿Toda esa gente puede permitirse un lujo así? ¿La riqueza no estaba solo entre el 1% de la población? Empiezo a pensar que el capital es más complejo de lo que parece.
Una no puede evitar entretenerse mirando los escaparates. El lujo es tan bello. Pero tampoco es la belleza lo importante. El lujo es más que una palabra. Casi como una religión, una fe ciega en los valores de la ostentosidad. El lujo distingue. El lujo pone una barrera entre el mundo y tú. Contemplar el lujo es de pobres. Llevarlo es de ricos. Ser rico es tener dinero. Tener dinero te hace disfrutar de las cosas que realmente importan sin preocuparte de llegar a fin de mes. Disfrutas de la playa, de un buen desayuno, de sedas, de no limpiar, de coches de carreras, de fines de semana en Mónaco, de inviernos en la Sierra y de veranos en Santorini, de tomates del huerto, de restaurantes Michelín, de fiestas de famosos, de collares de perlas, de…
Nos paramos frente al semáforo de Aragón, que justo se ha puesto rojo. Vislumbro la tienda de Cartier al fondo de la siguiente calle, y no puedo esperar para cruzar y curiosear. De repente, mi marido me toca el brazo. Nos hemos comprado un cucurucho de café por 1 euro, y quiere que le dé un lametazo. “O se me va a derretir en la mano”, dice.
Me lo quedo mirando unos segundos.
Y entonces comprendo que la verdadera riqueza está bien repartida.